Apenas quedaban unas horas para que abandonase Londres. La capital del Imperio Británico había sido su hogar en los últimos ocho meses y ya estaba harto de esa fría y húmeda ciudad que poco tenía que ver con su Castellón natal.
Pero por esta vez, el día de su despedida, el sol brillaba radiante en Hyde Park. El canto de los pájaros sólo era roto levemente por el ruido de las ruedas de las maletas que arrastraba con resignación. Tras comprar un emparedado y un refresco, se sentó en uno de los bancos para almorzar mientras observaba a la gente.
Por mucho que lo intentaba, no acababa de entender Londres. Le encantaba ese crisol de culturas, idiomas y razas, pero le desconcertaba la frialdad de la gente, el nulo contacto de los unos con los otros.
Poco le importaba eso ahora mientras reflexionaba sobre su futuro inmediato. Tras finalizar cum laude un Master sobre Administración y Dirección de Empresas en el prestigioso Cambridge Institute, en apenas un mes daría dos pasos cruciales en su vida.
Por un lado contraería matrimonio con su novia de toda la vida. Y sólo volviese de la luna de miel, por fin, cómo había previsto su abuelo, se haría cargo de la antaño empresa familiar, ahora convertida en una auténtica multinacional de reconocido prestigio y que cotizaba en Wall Street.
Sus manos jugaban con una caja cilíndrica, le daban vueltas, la abría… su fuerte risa llamó la atención de un transeúnte que le miró extrañado. Y es que los españoles tenemos la "cualidad" de hacernos notar allá dónde vamos.
Se levantó y reanudó la marcha. Al llegar a Covent Gardense acercó a un mendigo y le entregó la enigmática caja. Reía de nuevo mientras se iba de allí. Era sumamente gracioso ver al mendigo con la chistera, haciendo alabanzas y reverencias como si fuese un diplomático… y es que, pensándolo fríamente, había sido bastante ridículo comprar ese sombrero en Savile Road. Pero que se le va a hacer, su madre se había empeñado en que el día de su boda su único hijo fuese un auténtico gentleman británico.
Covent Garden era uno de sus rincones londinenses preferidos, con sus saltimbanquis, sus exquisitas cookies caseras, sus músicos… Se fijó en uno de ellos, tocaba la guitarra española como hacia tiempo que Santiago no escuchaba. Se quedó allí, parado con sus maletas mientras, ensimismado, disfrutaba de los acordes.
¿De dónde eres? -Preguntó al guitarrista- (era evidente que era español, tanto por su virtuosismo con la guitarra como por sus rasgos) -Nací en Tarragona y allí me crié, pero tras tantas vueltas por el mundo, no sabría decirte de donde soy, pero sí quién soy. Soy Oriol, un habitante más de este mundo. -Curiosa reflexión- dijo Santiago, dejando un billete de diez libras a cambio de un compact disc del "Concierto de Aranjez by Oriol Bassa". Lo puso en su reproductor portátil y al son de la música buscó un taxi mientras continuaba con sus reflexiones.
A pesar de estar en Londres, a miles de kilómetros de Castellón, su boda le había acarreado decenas de dolores de cabeza: que si las flores, que si los músicos de la orquesta…hasta el color de los tarjetones!! Insufrible… no concebía como Ana y su madre hacían del detalle más insignificante una cuestión de estado. Y por otra parte, algo que a él le parecía crucial era visto como una minucia por ellas.
No tenía nada en contra de don Roberto, el cura de la familia, pero tras su paso por el internado religioso suizo, con la creme de la creme de la alta burguesía europea, los recuerdos de la implacable autoridad de los curas y los escarceos de algún cura con ciertos alumnos, habían acabado por hacer que dudase cada vez más de su relación con la religión. Pero su madre insistía una y otra vez con que un Serratosa debía pasar por el altar con toda su pompa y no por un simple juzgado. -"Con la ilusión que le hace a tu abuela", le repetía una y otra vez. -Pues si así es, ya sabéis, volver a casaros vosotras con papá y con el abuelo, pero a mi dejadme hacer a mi modo.
Tantos principios y al final había tenido que ceder. Una cosa era su madre y su abuela, y otra bien distinta enfrentarse a su prometida. Con Ana no se jugaba, a ver quien le explicaba que no quería casarse por la iglesia cuando hasta el Diario de Castellón enviaba un fotógrafo a la ceremonia que uniría a los herederos de las dos familias más importantes de la provincia.
La opinión de Santiago en esta boda no iba más allá de la elección de la corbata y el capricho de que fuese el Rolls Royce del abuelo el que lo llevase a la iglesia. Por no poder, no había podido ni elegir el reloj, y es que a ver cómo convencía a su suegro que uno de sus regalos (un Rolex de oro) le parecía excesivo. Seguía ensimismado en sus pensamientos cuando llego a Heathrow. Bajó del taxi, pagó las 32 libras de la carrera y escribió un mensaje a Ana.
-Creó que llegaré con retraso, un beso, te quiero. En la entrada vio a un indigente que pedía limosna. -Toma, a ti te hará más falta que a mi.
Le dio su teléfono móvil y a continuación se encaminó al mostrador de Iberia. -¿A dónde desea volar? Preguntó diligente la azafata. En ese momento miles de pensamientos pasaron por su mente. -Señor, ¿Destino por favor? -Utopía.
Con esa sola palabra, los Serratosa perdían al continuador de la dinastía familiar, al heredero del imperio. A cambio, en ese mismo instante, con ese sencillo gesto, la Humanidad ganaba un héroe, un rey que ya no tendría ni corona ni trono pero con toda una vida por delante, su vida. Ahora el destino de Santiago era sólo suyo.
2 comentaris:
sí, però no.
Londres és... indescriptible. Serà que l'amor no te sentit, ni cap ni peus, i en aquest cas ni rostre. La primera vegada que hi vaig anar era Abril, un Abril plujós i gris, i tot i així vaig saber que no hi hauria mai cap altre lloc en el món on hi vulgués tornar tantes vegades i on m'hi vulgués perdre tantes d'altres...
Molt bó, m'agradat molt el final, suposso que no tothom tindria la valentía de fer-ho, i a més m'ha fet gracia que li respon d'anar a Utopía, i el meu blog nou s'anomena Destí Utopía:)
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